Por Ricardo Velázquez Jr.
Temprano, antes de llevar a los
niños al colegio, pasaron por Televisa una entrevista reportaje de Fernando
Valenzuela, exaltando todas sus hazañas en la Gran Carpa, su paso por Yucatán,
faltando el cierre con los Charros de Jalisco, y visto así en perspectiva, se
remarca lo que ya sabemos, que Valenzuela es uno, si no es que el más grande
pelotero mexicano de todos los tiempos. Obvio Vinny Castilla, Teo Higuera,
Reynoso, Beto Ávila y si usted quiere hasta Aurelio Rodríguez, Piña, y otros
más levantan la mano, pero ninguno tuvo además de sus números, un fenómeno
parecido a la llamada “Fernandomanía” que imperó en Los Ángeles y en las Ligas
Mayores en su tiempo. Esa sería una diferencia de peso para nombrarlo el más
grande.
La pregunta que vino a mi mente
fue; ¿Qué merecería el más grande? ¿Reconocimiento o el olvido? ¿Cuál sería el
más grande reconocimiento para un pelotero? ¿La inmortalidad? Es decir,
recordarlo para siempre. Eso lo hace el Hall of Fame en los Estados Unidos.
Pero a Fernando no le alcanzó para ingresar allá. Bueno, en su propio país era
sabido que de calle se llevaría el primer lugar en las votaciones cuando
llegara el momento. Pero… ese momento ya llegó. Fue el año pasado. Sí, hace más
de un año, cuando fue elegido por el Recinto de la Fama, que viene a hacer las
veces del tan maltratado, Salón de la Fama del Beisbol Profesional en México,
del cual se sabe poco, más que fue trasladado a Culiacán donde se construye o
construyó, o construiría un inmueble inmejorable y que se llevó las placas del
Nicho de los Inmortales.
El Recinto, que trabaja (o trabajaba,
más bien) en lo que hacía el otrora Salón de la Fama, ya realizó en 2013 una
entronización (Monter, Cornelio, Suby, Chito Ríos, Mariscal y… y ya), la
primera como “Recinto”, de forma idéntica a la última del “Salón” en 2012,
inmortalizando en ese momento a Chico Rodríguez, Alex Ortiz, Valdez Vizcarra y
Ángel Moreno.
Pues en ese ya lejano marzo de
2014, en el Pabellón Sopladores del Parque Fundidora, se eligió a Daniel
Fernández, Ricardo Sáenz, Cuauhtémoc
Rodríguez y ¿se acuerda a quien más?... pues a Fernando Valenzuela, quienes se
entronizarían en julio del año pasado.
Nada más que hubo una diferencia económicas y el proceso que había iniciado en
cuanto a sus preparativos se detuvo.
Entendible es que si no estamos
de acuerdo en las cantidades que se habían acordado y las que ahora se piden,
exista una demora en la construcción del inmueble… en la construcción. ¿Por qué
se suspende entonces el proceso de entronización?
Si en 2013 Recinto de la Fama
realizó la ceremonia de exaltación sin tener un local propio, no veo la razón
lógica para detener indefinidamente las actividades en el nuevo Recinto de la
Fama. Suena a capricho, a rabieta infantil, máxime cuando un afamado empresario
local se ofreció a pagar la mitad del costo del evento de entronización y fue
ignorado.
El silencio es evidente por parte
del Salón de la Fama de Culiacán y más aún por el Recinto de la Fama con sede
en Monterrey, también de mucha gente del béisbol y/o aficionados al Deporte
Rey. Pero lo que particularmente hoy me vibró, es el caso de Fernando
Valenzuela.
¿Cómo es posible que se le haga
una grosería a tan grande pelotero? Disculpe usted si le suena muy
agresivo “grosería”, pero, ¿acaso no es igual de agresivo para Fernando
y su cauda de logros ignorarlo de esa manera?
Se elige en marzo de 2014 y ese
año no se lleva a cabo su ingreso al Salón de la Fama, o más bien al Recinto,
que es lo mismo, pero más barato. ¿Es razón suficiente que no se tiene un
inmueble? ¿O es acaso que ya no existe ni el Salón, ni el Recinto?
Al cumplir un año y cuatro meses
sin tener noticias oficiales pareciera que ya pasó a mejor vida.
¡Qué mala suerte de Valenzuela!
Ser el mejor mexicano y ni en Estados Unidos, donde hizo lo mejor de su carrera, ni en su tierra, se lo
reconocen, entronizándolo como merece un tipazo de su jerarquía.
O ¿Usted qué piensa?